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(ca) Spaine, LISA, EMBAT: Del sindicalismo revolucionario como tendencia unitaria del movimiento obrero. Por MIGUEL G. (de, en, it, pt, tr)[Traducción automática]
Date
Mon, 1 Apr 2024 10:10:41 +0300
La aparición del anarcosindicalismo en el estado español se remonta a
1902. En este año tuvo lugar una huelga general lanzada según los
métodos del anarquismo revolucionario del siglo XIX. La huelga
constituyó un fracaso y esto hizo que la militancia anarquista buscase
otros referentes. Al mismo tiempo, el proletariado catalán comenzó a
asumir que para que sus reivindicaciones tuviesen éxito tendría que
organizarse a gran escala y agrupar a un número mayor de trabajadores.
Por entonces predominaban las sociedades de oficios y como máximo estas
se agrupaban en federaciones de ramo, sin articularse más allá.
La evolución de la militancia anarquista hacia el anarcosindicalismo,
por tanto, se puede leer como un intento de adaptar el anarquismo a un
nuevo contexto de la lucha de clases. Al conectar con el sindicalismo
francés, importaron su paradigma de sindicalismo revolucionario. En
Francia la CGT se orientó en ese sentido al conjuntar dos organismos
preexistentes, los sindicatos y las bolsas de trabajo. En los segundos
se agrupaba el proletariado para autoformarse. Esta formación no sólo
era técnica sino también política. Por lo tanto, se convirtieron en un
factor de radicalización de la clase trabajadora y el lugar de actuación
de ciertos militantes anarquistas como Pelloutier, que fue escogido
secretario general de la Federación Nacional de las Bolsas de Trabajo.
El sindicalismo revolucionario planteaba un proceso por el cual, una
clase obrera unificada bajo una central sindical podría tomar todas las
funciones que por entonces realizaba el estado. El sindicalismo ya no
era una simple herramienta para conseguir mejores salarios y condiciones
laborales, sino que podría servir para sustituir el mismo estado. Por
eso la militancia anarquista lo vio como una estrategia válida.
En España, el nuevo sindicalismo francés se adoptó muy fácilmente ya que
entroncaba con el anterior obrerismo de la sección española de la
Primera Internacional. En España predominó el sector bakunista, y con
ello entre la militancia se tenía una gran confianza en la acción
revolucionaria de masas y en las organizaciones autónomas de la clase
trabajadora: mutualidades, sociedades, cooperativas y sindicatos. En
tanto que revolucionarios, entendían la necesidad de tener grandes
organizaciones de solidaridad y federaciones articuladas por oficio y
por territorio. Por último, las sociedades de resistencia tenían una
doble función: primero como lucha contra el capital y luego como
constructoras de la nueva sociedad.[1]
Además, como desde mediados del siglo XIX el movimiento obrero estaba
fuertemente influenciado por el republicanismo federal, la organización
federal y confederal que proponían los anarquistas fue tomada de forma
natural. De hecho, el propio anarquismo podría entenderse como heredero
de aquel federalismo. Aquella clase obrera tomaba con gran recelo
cualquier impulso centralista, que tendiese a la hegemonía de alguna
fuerza política o ideológica.
Durante los primeros años del siglo, los anarquistas ingresaron en las
sociedades obreras de forma masiva. Y posteriormente, en 1907, con la
fundación de Solidaridad Obrera y con la celebración del Congreso
Internacional Anarquista de Ámsterdam, esta tendencia hacia la
participación en los sindicatos fue casi absoluta. No es que la
militancia anarquista fuese muy numerosa, pero sí fue lo bastante
decisiva como para imponerse en el seno del movimiento obrero durante
años. Fueron la clave para pasar del societarismo al sindicalismo. A
nivel político, entendían que los sindicatos debían ser plurales y
lugares en los que tuvieran cabida todos los trabajadores,
independientemente de sus posicionamientos filosóficos, manteniendo el
sindicato al margen de las disputas ideológicas y políticas:
En consecuencia, en lo que se refiere a los individuos, el Congreso
afirma la completa libertad para que el sindicalista participe, fuera de
la agrupación corporativa, en las formas de lucha que correspondan a su
concepción filosófica o política, limitándose a pedirle, en
reciprocidad, no introducir en el sindicato las opiniones que profesa fuera.
En cuanto a las organizaciones, el Congreso decide que para que el
sindicalismo alcance su máximo efecto, la acción económica debe
ejercerse directamente contra los patrones, no debiendo las
organizaciones confederadas, como grupos sindicales, preocuparse por
partidos y sectas que, fuera y al lado, pueden perseguir libremente la
transformación social.[Fragmento final de la Carta de Amiens, 1906]
Lo cierto es que, al quedar anulada la vía política, se abrió el camino
al predominio anarquista en los sindicatos. No se puede decir que
cooptasen el movimiento obrero, dado que el anarquismo llevaba vinculado
al movimiento obrero desde sus inicios y había sido una de las
corrientes impulsoras y articuladoras del obrerismo español. Por lo
tanto, gozaba de buena aceptación popular. Y no se puede decir que nadie
se sintiese cooptado, puesto que el interés general era construir una
organización sindical unitaria, y no un sindicato basado en una
ideología o en determinadas posiciones políticas, como ocurrió décadas
más tarde.
Debemos valorar también el propio contexto de lucha de clases que se
vivió en la primera década del siglo XX. Las reivindicaciones obreras
siempre chocaron con la imposibilidad y la cerrazón de los patronos a
implementar mejoras sustanciales en las condiciones de trabajo y de
vida. Por lo tanto, los métodos combativos del anarquismo estaban muy
bien valorados y sus militantes fueron alcanzando puestos en las juntas
y comités sindicales casi por aclamación popular. En este sentido los
anarquistas defendían estas reivindicaciones materiales inmediatas, pero
entendían que el sindicato para que no cayera en el reformismo tendría
que tener una intencionalidad revolucionaria; en su caso la Anarquía.
A pesar de todo en aquella Solidaridad Obrera y CNT de los primeros
tiempos, estuvo predominando una corriente "sindicalista pura" que se
centraba en la consecución de mejoras inmediatas. Esta corriente
convivía con las corrientes que conformaban los anarquistas, por un
lado, y los anarcosindicalistas por el otro. Los primeros tuvieron
influencia en los sindicatos, ya que siempre estuvieron militando en
ellos. Sin embargo, los segundos tomarían poco a poco la dirección de la
organización tras la huelga general de 1909, la llamada Semana Trágica o
La Gloriosa, para los obreros. Esa huelga radicalizó a la clase obrera.
Además, la represión estatal contra el movimiento obrero se centró en
sus dirigentes, partidarios del sindicalismo puro, que eventualmente
fueron sustituidos por militantes anarcosindicalistas.
Tras la Semana Trágica se imponía la necesidad de que la clase obrera
catalana tuviese una organización que agrupase a la mayor cantidad
posible de obreros. Para ello no se le podían exigir a los recién
llegados que tuvieran unos posicionamientos ideológicos concretos. Eso
sí, se les exigía que se centrasen en combatir el capital desde la
organización y que ésta quedase al margen de las aventuras políticas. Lo
que caracteriza al anarquismo de la época es su vocación unitaria, muy
en línea con la táctica del sindicalismo revolucionario francés. Su
obsesión siempre fue lograr una organización obrera que agrupase toda la
clase trabajadora, mientras que otras corrientes recurrían al
fraccionalismo para conseguir un núcleo de apoyo en el medio obrero.
Por este motivo tanto los republicanos - y en ese momento había mucha
gente que se reivindicaba como tal - como los socialistas quedaron
bloqueados en la CNT. Y el contexto de la lucha de clases hizo el resto.
Se veía la lucha política como insuficiente para mejorar las condiciones
materiales de la clase. Por lo tanto, fue la lucha económica la
determinante y la que fue escogida por la clase obrera como apuesta
propia del proletariado, tal como se dio a partir del Congreso de Sants
de 1918.
Y no es que los socialistas fuesen mal vistos en Catalunya. Muchos de
sus militantes tenían muy buena reputación. En Catalunya solían apoyar o
impulsar las huelgas, a diferencia de los socialistas de otros lugares.
Lo que les hacía perder terreno frente a los anarquistas era su excesivo
legalismo. Su interés por seguir a pies juntillas los estatutos y
reglamentos de la sociedad obrera contrastaba con el espontaneísmo de
los sectores anarcocomunistas. En esto compartían sus formas de hacer
con ciertos anarcocolectivistas, como Llunas, y era la crítica que se le
hizo anteriormente a la FTRE de la década de 1880.
Al regirse por los mismos criterios burocráticos que los anteriores,
tanto la UGT como los socialistas se quedaban alejados de una clase
trabajadora que vivía bajo un régimen de violencia y coacciones
constantes por parte de la clase capitalista. Por eso las huelgas
impulsadas por anarquistas tenían más probabilidades de ganarse, dado su
rechazo al legalismo.
Volvamos a incidir que el anarcosindicalismo de la década de 1910
defendió la unidad por encima de las diferentes tácticas que pudieran
tener las sociedades obreras entre sí. Las había legalistas, y las había
que promovían la acción directa como motor de los avances. Lo que
importaba era tener una organización de masas que pudiese desafiar el
capitalismo.
Y esto no quita para que no hubiese también casos de coacciones contra
aquellos obreros y sociedades obreras que no querían la unidad. Era
fruto también del contexto de la lucha de clases. Cuando hay huelga
aquellos obreros que la proponen y se arriesgan amenazan a los
esquiroles o posibles esquiroles. El poder obrero también se manifiesta
disciplinando la propia clase. Y esto no hacía falta que lo impusieran
los anarquistas a punta de pistola.
Al fin y al cabo, la guardia civil y el somatén solían disparar en la
mayoría de manifestaciones, los capataces eran famosos por aplicar malos
tratos a los obreros y obreras y los montajes para incriminar
sindicalistas estaban a la orden del día. Las pistolas existían en todo
aquel período que va de 1890 a 1940. Pero eran generales a todo el
movimiento obrero y se daban sobre todo en el contexto de la lucha
económica, antes que en la lucha política.
Los nuevos tiempos ¿Y ahora qué?
Desde la pacificación del movimiento obrero, ocurrida en Occidente en
los años 1990s, el capitalismo pudo respirar como nunca antes lo había
hecho. En aquellos años, con el mundo laboral en retroceso se perdió la
centralidad el Trabajo. Por ello otros sujetos sociales tomaron
relevancia como nunca antes. Podían ser también reflejos de la lucha de
clases, cierto, pero sobre todo eran reflejo de la lucha contra la
dominación.
El capitalismo se dedicó a la acumulación de capital, y logró beneficios
récord gracias a basarse en la especulación con los bienes y servicios
de primera necesidad. En este sentido apareció el tema de la vivienda a
partir de la crisis del 2008. La vivienda entendida como unos bienes
para invertir, claro está. En este contexto de continuos retrocesos la
clase trabajadora poco menos que tiene que luchar por su propia
supervivencia, ante la apisonadora neoliberal.
A las clases populares nos une nuestra condición de desposeídas. Eso se
concreta, en nuestro día a día actual, en unas condiciones de vida que
nos definen y determinan: trabajos degradantes, inestables e
intermitentes, o la amenaza constante de perder un empleo estable como
chantaje para asumir rebajas constantes de las condiciones laborales.
Esta debilidad en el mundo del trabajo, o la exclusión directa de este,
se combina en una pinza brutal con una serie de malestares,
incertidumbres y violencias vinculadas a los problemas con la vivienda:
que nos suban el alquiler, que nos destrocen la escalera del bloque de
pisos para obligarnos a irnos, que nos corten la luz o el agua, sufrir
la tortura de un desahucio o tener que vivir entre las humedades y el
frío de ventanas que no cierran bien. Huelga decir que por ser grupos ya
de por sí precarizados, las mujeres y la población migrante somos las
que con más fuerza lo sufrimos.[2]
Dada esta situación apareció el movimiento de la vivienda, como intento
de frenar este proceso. Debido a la lucha se aprobaron algunas leyes
favorables a la gente, sin embargo, el avance del capitalismo más
salvaje ha proseguido. El movimiento de la vivienda surgió muy
atomizado, con las PAH no constituyendo más que una red o coordinación
de agrupaciones autónomas. Con el tiempo surgieron otros sujetos como
los sindicatos de barrio, los de inquilinas o los de vivienda. El
panorama se complejizó.
Una de las intenciones del Primer Congreso de Vivienda de Catalunya,
celebrado el 2019, era aunar todo este maremágnum de entidades y
colectivos y convertirlo en un movimiento plural pero unificado. Para
ello se respetarían las tácticas de cada cual siempre que fuese autónomo
de los partidos parlamentarios. La inspiración era el Congreso Obrero de
Sants de 1918, que había celebrado los 100 años poco tiempo antes.
La falta de herramientas comunes y de coordinación efectiva supone un
problema, nos dificulta estar a la altura de la situación colectivamente
y darle impulso a nuestra lucha. De acuerdo con las apuestas
estratégicas que se han propuesto en el marco del congreso, necesitamos
dotarnos de una serie de herramientas para hacerlas posibles y superar
la situación actual.
Los colectivos que no forman parte de la PAH ni del Sindicat de
Llogateres se coordinan informalmente, es decir, con el riesgo de acabar
generando roles de poder no solo entre colectivos, sino también dentro
de los mismos grupos. Estos roles nos alejan de la horizontalidad
asamblearia, nos restan energía y dificultan la implicación. Es una
imperiosa necesidad que nos organicemos de una manera más formal.[3]
Esta propuesta no acabó de cuajar, y el movimiento de la vivienda ha
seguido generalmente atomizado. Hay corrientes que se plantean tener su
propio movimiento de vivienda, vinculado a sus posiciones y estrategias
políticas particulares. Ahora se plantea un segundo Congreso, que
veremos qué efecto tendrá. Además, cabe indicar que el Congreso
solamente se realizó en el territorio de Catalunya, mientras que el
resto del estado apenas se ha movido en esta dirección de articularse de
forma potente. ¿Dónde quedó lo aprendido de Sants[4]?
De todas formas, volviendo a lo dicho anteriormente, la principal
contradicción del capitalismo es la que hay entre el Capital y el
Trabajo: la producción. El capitalismo no puede existir sin la plusvalía
que nos quita en cada salario. Sin esa plusvalía no es rentable el
capitalismo. Estar luchando por que no nos echen del piso implica que el
tema laboral está muy jodido y todo han sido retrocesos.
La vivienda se entiende como una mercancía que se compra y que se vende
o que se alquila. Por lo tanto, en nuestro mundo poder acceder a la
vivienda dependerá de un poder adquisitivo y eso implica, para la clase
trabajadora, tener un salario digno. Por lo tanto, deberíamos considerar
la lucha salarial como un frente prioritario, si es que queremos
derrotar al capitalismo. La lucha laboral y la de la vivienda se pueden
retroalimentar ya que son dos aspectos de la lucha de clases, tal como
lo entendían las gentes de antes. Pero lo que es central, es poder
mejorar nuestro nivel adquisitivo como clase para tener acceso a una
vivienda digna. Y eso pasa por controlar el mercado de trabajo. Y esto
deberá ser la principal función de los sindicatos laborales de nuestro
tiempo.
Por último, ¿Qué decía el Congreso de Sants sobre los sindicatos únicos?
Las luchas que forzosamente hemos de sostener contra la burguesía,
organizada en ramos e industrias, y en algunas partes en Sindicatos
Únicos de toda la producción, son las cuestiones que fundamentalmente
nos han obligado a adoptar el que nuestra organización sea a base de
ramos e industrias similares, anexas y derivadas. Así, pues, es preciso
convenir que el Congreso regional al tomar tan trascendental acuerdo no
lo hizo por el simple prurito de cambiar las cosas, sino más bien por
una necesidad del tiempo en que vivimos. El Sindicato Único significa,
pues, el agrupamiento de todas las fuerzas, inteligencias y voluntades
de los trabajadores, no ya de un oficio o de una profesión determinada,
sino de todos los componentes de un ramo o industria, y sus
similares. Por el Sindicato Único se podrá luchar ventajosamente contra
las patronales, ya que cuando una sección del mismo se vea obligado a
recurrir a la huelga, podrá aquélla contar con el pronto y eficaz apoyo
de todas las secciones hermanas.
Además creemos que esta forma de organización es futurista, puesto que
por su simplicidad permitirá, llegado el caso, poder realizar
estadísticas completas de la producción total y también realizar el
reparto de esa misma producción. Se comprende, pues, que los Sindicatos
Únicos son la más fiel expresión del orden constructivo, ofensivo y
defensivo que los productores perseguimos.[5]
[1]Todo esto se puede leer con mayor profundidad en Antonio Bar, La CNT
en los años rojos. Akal, 1981
[2]De la Primera Ponencia del Primer Congrés de l'Habitatge de
Catalunya, 2019
[3]De la cuarta ponencia del Primer Congrés de l'Habitatge de Catalunya,
2019
[4]Es probable que sin pretenderlo el movimiento de la vivienda sí que
haya seguido el Congreso de Sants en la cuestión de las estructuras
populares y las escuelas populares. Digo que "sin pretenderlo" porque,
en realidad sus impulsores en 2016-18 tenían otros referentes históricos
bastante alejados del movimiento obrero catalán de 1918, tales como los
Panteras Negras o Eduardo Freire.
[5]Ver Los Sindicatos Únicos, de las actas del Congreso de Sants, 1918:
https://alasbarricadas.org/noticias/node/53997
Miguel G. Gómez (@BlackSpartak)
https://www.regeneracionlibertaria.org/2024/03/19/del-sindicalismo-revolucionario-como-tendencia-unitaria-del-movimiento-obrero/
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